Bután: el paraíso del Himalaya que tiene un índice para medir la felicidad

Bután: el paraíso del Himalaya que tiene un índice para medir la felicidad

Revista Lugares

Si hubiera un concurso mundial de belleza aeroportuaria, el de Bután, situado en el distrito de Paro, podría ser uno de los ganadores y, sin duda, sería el más singular. Pero, además, es uno de los más complicados para aterrizar debido a su cercanía a las altas cumbres de la cordillera de los Himalaya y a las corrientes de aire. Los pilotos con capacidad para hacerlo son parte de una élite; y animarse a acompañarlos no está recomendado para quienes tengan miedo a volar. Sin embargo, Paro es la puerta de entrada a una de las más bellas joyas asiáticas: Bután.

Antes de viajar hay que tener en cuenta una serie de peculiaridades. La política turística del gobierno butanés se resumen en un eslogan: ‘High Value, Low Impact’ (Alto Valor, Bajo Impacto). Para lograrlo y apostar por viajeros de calidad sin descuidar la conservación del medio ambiente y del patrimonio cultural, la administración se basa en la sostenibilidad. Para garantizarla, los turistas deben pagar u$s 200 o u$s 250 por noche, según la época del año, con un paquete mínimo que incluye alojamiento en hoteles de hasta tres estrellas, guías, trekkings y todas las comidas. Quien desee más lujos, debe pagar más. Gracias a estas políticas protectoras, este país de apenas 750.000 habitantes sólo recibe al año algo más de 150.000 turistas y, debido a ello, aún se preserva como un tesoro que parece salido de una película de Akira Kurosawa.

Gallo liberado en el monasterio Wangdue Phodrang Dzong. En Bután, los animales liberados no se pueden matar ni encerrar.

Gallo liberado en el monasterio Wangdue Phodrang Dzong. En Bután, los animales liberados no se pueden matar ni encerrar. Fuente: Lugares – Crédito: Lourdes Segade

Todo en Bután es único y muy especial, algo que se nota apenas se pone un pie en el mentado aeropuerto, un edificio construido a la manera tradicional que se asemeja a un pequeño templo donde los agentes de aduana van vestidos a la manera clásica: ellos con un gho, especie de batín largo hasta la rodilla que acompañan de calcetines altos y un cinturón ceñido a la cintura, ellas con una kira, falda o vestido largo sobre el que se pone una chaqueta llamada toego de manga algo ancha. A propósito, poner pronombres masculinos y femeninos es complicado en estas latitudes, ya que incluso los nombres propios sirven tanto para varones como para mujeres. Otra singularidad butanesa. Como también lo es la aversión por el tabaco, prohibido en cualquier espacio público. Una de las cosas por las que preguntan los agentes de aduana al llegar es si uno trae cigarrillos. Su comercio está prohibido y sólo está permitido ingresar con dos paquetes, con la correspondiente charla sobre salud pública del funcionario de turno, muy cariñosa, eso sí, porque entre los butaneses, evitar la confrontación es una regla de oro. Tanto como la Felicidad Nacional Bruta, un índice que mide la calidad de vida en términos más holísticos y psicológicos que el PBI, y que reemplazó al tradicional indicador económico en 1972, por decisión del rey Jigme Singye Wangchuck.

A la aventura

Una vez pasados los controles, nos espera la guía que nos lleva en una furgoneta a degustar el primer almuerzo en un restaurante situado en un campo de tiro al arco, el deporte nacional. Allí podemos probar el plato insignia local, el ema datshi, compuesto de queso y chiles en la misma proporción. A los butaneses les encanta el queso, la comida vegetariana y, sobre todo, los sabores picantes. El chile es omnipresente en su gastronomía. Mientras comemos, podemos observar los gritos que lanzan los competidores al lanzar sus flechas. Ellos también van vestidos a la usanza tradicional. Hasta la guía lleva el atuendo clásico. «Cuando acabo la jornada lo cambio por unos vaqueros», nos confiesa entre risas.

 Funcionarios en el Wangdue Phodrang Dzong, la fortaleza-monasterio de la villa Thedtsho Gewog, en la zona central.
Funcionarios en el Wangdue Phodrang Dzong, la fortaleza-monasterio de la villa Thedtsho Gewog, en la zona central. Fuente: Lugares – Crédito: Lourdes Segade

Para quien viaje por primera vez a Bután y tan solo disponga de una semana, las visitas a Thimpu, la capital, Paro y Punakha son ineludibles. Si se dispone de más días, Bumthang, en el centro del país, una región menos visitada y donde se puede apreciar la gran diversidad de un país con más de seis mil especies de animales registrados y 300 tipos de plantas medicinales, a las que se suma la exquisita amapola azul del Himalaya, considerada la flor nacional. Entre su fauna destacan el langur dorado, la grulla cuellinegra, el panda rojo, el esquivo leopardo de las nieves y el takin, un mamífero caprino que podría ser una mezcla entre un buey y un robusto antílope que es el símbolo nacional. Cuenta la leyenda que los discípulos del Lama Drukpa Kunley, llamado también el Loco Divino, le animaron a mostrarles sus poderes. Tanta lata le dieron, que el monje reclamó que le trajeran una cabra y una vaca, cortó la cabeza de la primera y la pegó al cuerpo de la segunda y ordenó al nuevo ser que caminara para asombro de sus alumnos. Después lo bautizó como takin. Hoy en día se le puede contemplar en libertad en zonas remotas o en la mini reserva-zoo de Thimpu. Merece la pena porque es toda una rareza.

Thimpu, la capital

Mientras aprendemos de flora y fauna, ponemos rumbo a Thimpu, la capital, de apenas cien mil habitantes. Se trata de una urbe que más bien parece un pueblo, aunque es el más grande del país. En la capital, nos maravilla el dzong Tashichoe, un majestuoso edificio religioso que es una mezcla de monasterio, templo, fortificación y recinto administrativo. Construido en 1216 por el Dalai Gyalwa Lhanangpa ha tenido que ser reconstruido en varias ocasiones debido a distintos incendios y un fuerte terremoto, hoy alberga la sala del trono y las oficinas del rey, además de varios ministerios. Su estructura principal es blanca, de dos pisos, con torres acabadas en las esquinas por techos de oro. La vista es impresionante. Por cierto, si se ve a alguien vestido en color azafrán, conviene saber que puede ser alguno de los miembros principales de la familia real, ya sea el joven rey Jigme Khesar, la reina Jetsun Pema o su hijo, Gyalsey al que se conoce como el príncipe Dragón (se denomina dragones a todos los miembros de la dinastía). No es extraño verles pasear para alegría de sus súbditos, que tienen un amor desmedido por sus monarcas.

 El acceso a dzong Tashichoe, monasterio en la capital de Bután.
El acceso a dzong Tashichoe, monasterio en la capital de Bután. Fuente: Lugares – Crédito: Lourdes Segade

Pero lo mejor de Thimpu es caminar por sus calles y entrar en sus pequeñas tiendas para charlar con sus habitantes. En el mercado agrícola, por ejemplo, pueden contemplarse mil variedades de arroz, y otras tantas de chiles. Este cereal es, junto con la fruta y la verdura, la base de la alimentación nacional, aunque también les encanta la carne de cerdo que secan al sol. En una de nuestras paradas podemos contemplar un pequeño taller de tejedoras donde preparan suntuosas telas. Todo es muy tradicional y sencillo. Sin embargo, este Shangri-La, o paraíso perdido en el Himalaya, que vivió siglos enteros aislado del mundo exterior, está cambiando a grandes pasos. Eden Llhamo, antigua guía turística y hoy emprendedora dueña de una guardería infantil, lo confirma. «Nuestro país se ha transformado drásticamente en los últimos años. Para nosotros ahora hay muchos coches, edificios y la mayoría de la población usa la tecnología y las redes sociales. Bután parece más chico gracias a la nueva conexión digital. ¡Alrededor del 90% de la población ya usa smartphones!», explica y señala que, pese a ello, conocer gente en Bután no resulta difícil. Por un lado, porque a casi todos les encanta hablar con los visitantes, pero además porque, al ser tan pequeño, es probable que uno se cruce más de una vez con la misma personas con solo permanecer varios días en una misma ciudad.

 Una mujer reza mientras camina, en el sentido de las agujas del reloj, alrededor de la estupa del paso de montaña de Dochula
Una mujer reza mientras camina, en el sentido de las agujas del reloj, alrededor de la estupa del paso de montaña de DochulaFuente: Lugares – Crédito: Lourdes Segade

Que sean simples, sin embargo, no significa que no sean orgullosos. «Incluso aunque no seamos muy ricos, ni muy grandes, somos grandes defensores de nuestros monarcas, de cuidar nuestro medio ambiente y de no dejarnos conducir sólo por el materialismo», confirma Eden en un inglés perfecto. Lo único que se considera tabú en el país es criticar a la familia real, sobre la que no se permite ni siquiera hacer bromas.

Orar en Punakha

A la mañana siguiente ponemos rumbo a Punakha, el centro religioso del país. En mitad del camino hacemos una parada en el paso de montaña de Dochula, situado a 3.100 metros de altura y donde se erigen 108 estupas rodeadas de cipreses. Los banderines de oración de colores permiten que una brisa casi eterna lleve las plegarias a cada rincón del país. Impresiona ver el recogimiento con el que los butaneses realizan la visita a este singular templo al aire libre. Junto a él se encuentra el Parque Botánico Real Lampelri, otra interesante visita para contemplar la inmensa variedad de flora. El parque se eleva hasta los 3.750 metros y es uno de los mejores lugares para avistar aves. También el leopardo de nieve y el panda rojo viven en esta zona. Verlos es casi un milagro, dado que son bastante huidizos.

Jóvenes monjes cruzan el puente de madera y bambú que va desde el Dzong hasta el pueblo de Punakha, al otro lado del río.
Jóvenes monjes cruzan el puente de madera y bambú que va desde el Dzong hasta el pueblo de Punakha, al otro lado del río.Fuente: Lugares – Crédito: Lourdes Segade

Continuamos la ruta y los campos y bosques se suceden hasta llegar al fin a Punakha, donde están celebrando un festival religioso Tsechu, que dura 10 días, en honor a Padmasambhava, popularmente conocido como el gran Gurú Rimpoché, el precioso maestro que nació en una flor de loto y que llevó el budismo a Bután. Se lleva a cabo en el dzong de Punakha, también conocido como Pungtang Dewa chhenbi Phodrang, que fue construido entre dos ríos, Mo Chhu y Pho Chhu (madre y padre), en 1637. Los dzong son inmensas fortalezas medievales de piedra encalada que albergan simultáneamente al gobierno provincial y un monasterio lamaísta.

Al de Punakha se accede por un precioso puente colgante de madera que se mueve bastante. La construcción de este monasterio budista es tan cuidada que compite, y a mi juicio gana, con el señorial dzong de Thimpu. La leyenda cuenta que el mismísimo Gurú Rimpoché soñó con este templo. Al despertarse, dijo a sus discípulos que debía erigirse en una colina y darle forma de elefante y así se hizo.

 A la espera del comienzo de los bailes del tsechu, festival religioso que se celebra en el Punakha Dzong.
A la espera del comienzo de los bailes del tsechu, festival religioso que se celebra en el Punakha Dzong. Fuente: Lugares – Crédito: Lourdes Segade

 

 

Durante al festival, hay una marea de peregrinos, visitantes y miembros de los grupos de danza que entran y salen sin descanso. Los bailarines, vestidos con coloridos trajes de seda, llevan máscaras que representan los males del ser humano -mentira, celos, envidia- para exorcizarlos. En ocasiones se acercan a personas del público y danzan para ellos con histriónicos movimientos; no hay que asustarse, están espantando a los malos espíritus. La música resuena con fuerza hasta que casi se puede entrar en trance mientras ellos giran sobre sí mismos sin cesar. No conviene marcharse sin visitar el interior del monasterio donde se pueden contemplar espectaculares pinturas y esculturas religiosas.

Final en Paro

Durante los dos últimos días nos dirigimos hacia Paro, cuyo dzong domina todo el valle. Quizá los más cinéfilos lo recuerden de la película El pequeño Buda. Por sus proporciones, está considerado el templo ideal. Tanto que su estructura fue copiada en todos los que se construyeron tras él, a partir de 1646 (aunque ha sido destruido, por terremotos e incendios, y reedificado a su propia semejanza en varias ocasiones). Además de este magnífico edificio, Paro guarda el mayor tesoro de Bután: el monasterio de Taktshang, también conocido como el Nido del Tigre. Situado a 3.100 metros de altura, aparece en todas las postales sobre el país como un precioso conjunto de siete edificios tradicionales con los techos volados típicos de la arquitectura local, destacando sobre el verde y marrón de la montaña.

 Pinos azules del Himalaya, en el camino de subida al monasterio de Takshang. Esta especie (Pinus wallichiana) se caracteriza por tener piñas cilíndricas.
Pinos azules del Himalaya, en el camino de subida al monasterio de Takshang. Esta especie (Pinus wallichiana) se caracteriza por tener piñas cilíndricas. Fuente: Lugares – Crédito: Lourdes Segade

 

 

Los sempiternos banderines de oración vuelven a aparecer tras una caminata accesible, pero un poco larga. El aire puro inunda los pulmones y aporta energía para llegar. El camino se entremezcla con escalinatas labradas en la tierra. Tras unas dos horas, una amplia cascada nos da la bienvenida. Hemos llegado. Nos tumbamos sobre la hierba a la sombra del monasterio mientras escuchamos la leyenda sobre su construcción. Taktshang significa Nido del Tigre, ya que se dice que precisamente en el lomo de una tigresa llegó volando Gurú Rimpoché a este precioso tesoro religioso. Ya lo sabemos: la magia se respira en el aire en el reino del dragón del trueno.